El sacerdote estaba delante de ella. Kay echó la cabeza hacia atrás y abrió los labios para recibir la sagrada hostia. Fue el peor momento. Luego, cuando la sagrada forma se fundió en su boca, se sintió feliz de haber hecho aquello que deseaba de todo corazón.
Limpia su alma de pecado, Kay inclinó la cabeza y juntó las manos. Le dolían las rodillas. Elevó el cuerpo, ayudándose de los codos, para repartir un poco el peso.
Entonces vació su mente de todo pensamiento personal. Se olvidó de sí misma, de sus hijos, de su ira, de todos sus problemas. Y con un profundo deseo de creer, de ser escuchada, hizo lo que venía haciendo todos los días desde la muerte de Carlo Rizzi: orar por el alma de Michael Corleone, que tanto lo necesitaba.
Mario Puzo - El Padrino.
Michael Corleone se dió cuenta de que, a pesar de huir, de rechazar, de odiar su destino, estaba totalmente ligado a él. No podía escapar de la cruda realidad al tomar las riendas de su Familia, de los negocios. Resulta paradójico como su total creencia en proteger a la familia la hace a través de las armas, de la crueldad, y que, cuando trata de salvar su alma, cuando abandona toda malicia, la muerte de su hija Mary Corleone da fin a todo, quedando su familia destrozada y muriendo él, solitario, en Sicilia, debido a una apoplejía.

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